La Pobreza Se Concentra Alrededor de la Capital Paraguaya
Un anillo de pobreza de 200 mil personas rodea a Asunción
Solo en las poblaciones vulnerables de la capital viven 17 mil familias. Ocupan la cota de inundación y están a lo largo de los arroyos en condiciones precarias. En algunos asentamientos, no todos salvan el día a día.
Sentado en una desvencijada cama, De los Santos Salinas (85) trataba de calentarse con las pocas brasas de un brasero, ubicado frente a sus piernas. Entre las tablillas de la pared, lado derecho de su casilla, se filtraba el viernes un viento frío que traspasaba la vieja campera que vestía como abrigo. La "casa" de don Salinas está al borde de un arroyo de aguas negras y debajo de una de las varias torres de alta tensión que hay en el terreno, a metros de Primer Presidente y calle Azteca II, a unas 10 cuadras de la avenida Artigas. Ya mediaba la mañana, y el anciano, entrado en confianza, con una voz cansada dice resignado: "No tenemos nada. Lo que mi esposa trae, 8 a 10 mil guaraníes por día, no alcanza. No ve... ahora mismo, yo todavía no comí nada, ni un bocado", admite. Don Salinas está perdiendo la vista y el sentido auditivo. Su esposa Pablina sale a lavar ropa y a limpiar casas. "Yo ya no puedo trabajar, estoy enfermo", lamenta él. Oriundo de Acahay, vivió por varios años con su mujer en Luque en un terreno ajeno, cuenta. No tienen hijos. Hace 6 meses que habitan la casilla de madera y chapas que le hicieron por 80 mil guaraníes. Paradójicamente, pese a estar bajo inmensas torres de la ANDE, no tienen luz eléctrica. "Hace frío aquí", dice, en medio del diálogo. Dentro de la habitación guarda una jaula de alambre con un par de gallinas. Hay además un estante y una mesita de madera, un balde de agua y la imagen de la Virgen de Caacupé. La situación de don Salinas y su esposa es la de muchos otros pobres que viven en las zonas inundables de la Capital o en terrenos de fábricas abandonadas, alrededor de vertederos clandestinos de residuos domiciliarios o a lo largo de las cuencas hídricas de Asunción. En cualquier terreno donde pueda levantarse una casilla precaria. DRAMA. "Estamos ante un problema creciente. Asunción está recibiendo una población muy huérfana de posibilidades, en su mayoría, proveniente del interior del país", explica Evanhy de Gallegos, intendenta. Según indica, los habitantes de "las orillas" de la Capital figuran como asuncenos, pero no están catastrados, porque no se puede dar títulos a quienes están asentados en la cota de inundación. "Asunción está encerrada en un anillo de pobreza infinita de 200 mil personas que han dejado el interior para venir acá. Ya no son solo 17 mil familias como se calculaba. La gente se arrima a Asunción pensando que aunque sea limpiando auto, puede encontrar una salida económica al problema de fondo que es la falta de empleo", reflexiona. A criterio suyo, estas poblaciones se convierten en un verdadero drama para la ciudad, porque los asuncenos que apenas sobrepasan los 500 mill, se están expandiendo hacia otras ciudades del Área Metropolitana. En contrapartida, "se nutre de habitantes a los que, por el lugar donde vienen a asentarse, generalmente bajo la cota de inundación, ni siquiera podemos cobrarle por ningún tipo de servicios", señala Evanhy. Por el contrario, implican erogaciones significativas para la Comuna, ya que tienen que preverse fondos para ayudarlos luego de cada lluvia grande o tras una tormenta y para dotarles de servicios comunitarios básicos. La intendenta simplifica la situación: "Asunción se descarga de habitantes con poder adquisitivo y se llena de pobladores insolventes". En su opinión, se necesitan fuentes de trabajo para que las regiones del interior puedan retener a sus habitantes. Entretanto, con la población ya asentada y en los nuevos asentamientos se dejó pasar mucho tiempo, por lo que reasentarlos hoy resulta imposible, según la jefa de la Comuna capitalina. VECINDARIO. En un asentamiento ubicado camino a Viñas Cué, cerca de una arenera, viven unas 70 familias que antes estaban en Blanco Cué. Ellas fueron reasentadas 12 años atrás por la Municipalidad, tras una creciente. "Al final, nos quedamos definitivamente aquí. Ya tenemos escuela, centro de salud, capilla y cancha. Completo hay acá", describe don Rosalino Dávalos, padre de 4 hijos. La calle de su casa está sin empedrar, pero en el vecindario ya tienen un sistema cloacal. "Yo mismo ayudé a hacerlo; tengo experiencia porque trabajé 12 años en Corposana", dice con satisfacción. El medio de vida de don Dávalos es un carrito tirado por caballo. De las 70 familias que originalmente se reasentaron allí, hubo quienes vendieron el terreno que le asignaron y se marcharon. "Los más antiguos ya quedamos pocos", aclara. Él es de los que se hicieron asuncenos, sin más remedio, y de los que aún dan batalla a la pobreza, desde la orilla. Niños obligados a vivir bajo el peligro Cristian, su hermano Arnaldo, y José no tienen mucho que elegir, como pobladores de Asunción. Los tres tienen en común las condiciones de pobreza en que transcurren sus vidas en la capital del país. Viven en una parcela de tierra, a orillas de un arroyo, y bajo columnas de gran porte de la ANDE, en un asentamiento que ellos denominan San Miguel.
"Este lugar es de la ANDE; sabemos que está prohibido vivir aquí, pero subió el agua, por eso estamos acá", dice Cristian. El sitio se halla hacia el lado izquierdo de la avenida Artigas, zona del Puerto Botánico.
Cuando la lluvia es muy grande o sopla un viento fuerte, las torres de alta tensión silvan, aseguran los tres. "Claro que nos morimos de miedo, si sabemos que encima estiran rayos", agrega.
Su hermano Arnaldo y él estuvieron viviendo en el hogar Tapé Pyahú, "ese que era de Nicanor, pero ya cerró", cuenta Cristian. Él asegura estudiar por la noche en un colegio del barrio IPVU, que está en las inmediaciones. Su hermano cursó hasta el 4º grado, pero ahora no va a la escuela. "No tengo partida de nacimiento", argumenta.
EL ENTORNO. En la casilla de madera situada al borde del arroyo viven con su madre y padrastro. "Es impresionante el olor que despide el arroyo. La gente de las casas lindas también tira acá sus basuras", se queja.
Si no estuviera el muro de contención, agregan, "el agua ya les hubiera arrastrado a todos", acota Arnaldo. Aunque, de durar mucho la lluvia, de todos modos entra agua en la casita que ocupan.
Cuando hay necesidad, algo que es frecuente, los tres chicos salen a la avenida para limpiar el parabrisas de los coches. "Algunas veces pedimos para comer. No da gusto eso, pero qué vamos a hacer, si tenés hambre...", interviene José con su reflexión.
"La municipalidad no hace nada. El presidente tampoco. Él, sobre todo, tiene que mirar también a los pobres", expresa Cristian.
Sus palabras alientan a José que añade: "Sí, cierto, nosotros necesitamos una casa, no importa si no es linda, pero al menos que no gotee". "También nos hace falta ropa abrigada, porque de noche hace frío aquí", dice con naturalidad.
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