Análisis Final Sobre El Incidente de Hugua Ñandu (Juguá Ñandú)
A continuación se reproduce íntegramente un artículo del conocido periodista Miguel H. López.
LAS LECCIONES DE JHUGUÁ ÑANDÚ
Akâpete
El incidente en el Norte dentro del ahora mal llamado operativo conjunto Py'a Guapy deja grandes lecciones y esclarece por sobre todo el modus operandi de las instituciones en el Paraguay del siglo 21 y del sometimiento de autoridades investidas a la verticalidad y prepotencia militar.
Dentro de lo confuso, encubierto y complejo de lo allí ocurrido, es importante detenernos a mirar qué es lo que se entrevé en las rendijas de la incapacidad gubernamental y la poca institucionalidad en la ejecución de acciones dentro de una medida a gritos ilegal (por falta de méritos) como el Estado de Excepción en 5 departamentos.
Desde el principio quedó en evidencia la poca capacidad, destreza e inteligencia de la acción que derivó en la crisis institucional. Un dato falso. Un par de jefes armados con avidez de fama, un odio desde la dictadura contra los policías y un Ejecutivo desesperado por dar pruebas de su eficacia en el combate al delito, fueron suficientes para desplegar la vergonzosa historia militar-policial en Jhuguá Ñandú, Concepción. Los conspicuos jefes militares creyeron en un supuesto ex miembro del EPP y a cambio de dinero, equipos electrónicos y otro par de promesas éste les vendió carne podrida. En ninguna cabeza entra que en momentos en que la "seguridad" rastrilla el Norte, alguien afanosamente buscada como Magna Meza ose siquiera en aparecer por algún paraje desértico, menos en un concurrido cumpleaños de 15.
Desde todo punto de vista las cosas estuvieron mal encaradas, mal decididas, mal planteadas y mal ejecutadas. La estupidez de la situación se extendió luego hasta al modo en que el gobierno manejó el asunto y los involucrados intentaron justificar los hechos. Ni hablamos de cómo el fiscal Celso Morales se sometió a las botas y avaló con su presencia un procedimiento del que ni sabía detalles ni lugar de realización.
La historia contada por ambos lados tiene varias lagunas. Los relatos tienen mucho de fantástico. Un cumpleaños de 15, supuestos eppepianos, como en las fiestas de la mafia, irrupción aparatosa militar, denuncias de robos, maltratos por doquier dentro de la brutalidad del uniforme, jefe policial y subalternos supuestamente metidos en un lupanar, ataques a una estación policial, alcohol, balacera y robo de armas. Completan la trama un lejano paraje de una zona explosivamente peligrosa y dramáticamente abandonada por el Estado, donde nada de lo que se diga ni mucho de lo que se afirme llegará a ser verdad o mentira. Donde las cosas habitan el increíble mundo del todo vale y donde nada resulta suficiente para desmentir.
Dentro de esta locura, la versión que subyace es que los del EPP sembraron la falsedad para provocar la confrontación entre policías y militares. Demencial estupidez, que atribuye sobrada capacidad a un errático grupo delincuencial. Ambas fuerzas se tapujan protagonismo y enemistad desde la época de la dictadura y aún antes, cuando a principios del siglo 20 el país vivía convulsionado por golpes de Estado. Se odian literalmente. Los militares creen que los policías son brutos, ignorantes e incapaces; y los policías que los militares son privilegiados haraganes que viven como reyes y sin aportar al país. Más allá, están los negocios de sectores y los tapujos por mandar y por protagonismo en la esfera pública y los favores del poder central.
Por línea paralela el Ejecutivo, incapaz de administrar la situación, pone en medio de un estado de excepción a unas FF.AA de dudosa profesionalidad y a una Policía marcadamente reducida en capacidad y ejecución a desarrollar tareas de persecución en una geografía con población pauperizada y abandonada sin cualquier justicia posible.
El incidente de Jhuguá Ñandú es una gran lección. Aparte de trasladar la crisis al propio gabinete presidencial y de poner al presidente y sus ministros del Interior y de Defensa a tiro de escopeta política, deja la terrible sensación de que se está malgastando el dinero de la gente en un operativo que ni siquiera logra dar sensación de seguridad -muy por el contrario- en las zonas afectadas.
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